Cada vez que César Pompeyo se portaba mal, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que César Pompeyo desobedecía a su mamá, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que su mamá decía: “¡ Me tienes harta!”, ya era seguro que le iba a dar un par de azotes en el culete regordete.
Hasta que un día, el culete le dijo a César Pompeyo:-Pórtate bien, César Pompeyo, que siempre me toca a mí recibir los azotes.
Pero César Pompeyo siguió portándose mal.
¿Y qué hizo su mamá?
Pues le dió un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que César Pompeyo desobedecía a su mamá, su mamá le daba un par de azotes en el culete regordete.
Y cada vez que su mamá decía: “¡ Me tienes harta!”, ya era seguro que le iba a dar un par de azotes en el culete regordete.
Hasta que un día, el culete le dijo a César Pompeyo:-Pórtate bien, César Pompeyo, que siempre me toca a mí recibir los azotes.
Pero César Pompeyo siguió portándose mal.
¿Y qué hizo su mamá?
Pues le dió un par de azotes en el culete regordete.
Así que aquella noche, cuando ya estaban todos en la cama, el culete le dijó a César Pompeyo:
-¡Basta ya! Como he visto que no vas a ser bueno, he decidido marcharme y dejarte solo.
Se bajó de la cama y se fue.
Y César Pompeyo se quedó sin su culete.
“No me importa. No me hacía ninguna falta”, pensó
Pero a la mañana siguiente, cuando fue a desayunar, no pudo sentarse, porque no tenía culete.
Y cuando sus amigos se sentaron en el columpio, él no pudo.
¿Sabeís por qué? Porque no tenía culete.
Y tampoco pudo montar en bici, ni en los caballitos; ni tirarse por el tobogán en el parque.
Entonces pensó:
“¡Vuelve culete, que ya voy a portarme bien…!
Y aquella noche se durmió llorando.
Cuando se despertó al día siguiente, se echó la mano atrás despacito, y…
¡El culete había vuelto y estaba allí, donde siempre!
César Pompeyo dijo:
-¡Hola culete!
Y se fue a desayunar muy contento.
Se lo comió todo y no se manchó nada.
Su mamá pensó:
“¡Que bien se porta mi César Pompeyo!”
Y, desde aquel día, el culete de César Pompeyo fue el culete más mimado de todos los culetes del mundo.
¡Y colorín colorado el cuento de César Pompeyo se ha terminado!
-¡Basta ya! Como he visto que no vas a ser bueno, he decidido marcharme y dejarte solo.
Se bajó de la cama y se fue.
Y César Pompeyo se quedó sin su culete.
“No me importa. No me hacía ninguna falta”, pensó
Pero a la mañana siguiente, cuando fue a desayunar, no pudo sentarse, porque no tenía culete.
Y cuando sus amigos se sentaron en el columpio, él no pudo.
¿Sabeís por qué? Porque no tenía culete.
Y tampoco pudo montar en bici, ni en los caballitos; ni tirarse por el tobogán en el parque.
Entonces pensó:
“¡Vuelve culete, que ya voy a portarme bien…!
Y aquella noche se durmió llorando.
Cuando se despertó al día siguiente, se echó la mano atrás despacito, y…
¡El culete había vuelto y estaba allí, donde siempre!
César Pompeyo dijo:
-¡Hola culete!
Y se fue a desayunar muy contento.
Se lo comió todo y no se manchó nada.
Su mamá pensó:
“¡Que bien se porta mi César Pompeyo!”
Y, desde aquel día, el culete de César Pompeyo fue el culete más mimado de todos los culetes del mundo.
¡Y colorín colorado el cuento de César Pompeyo se ha terminado!
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